“Ver el mundo en blanco y negro nos aleja de la moderación y de la paz interior porque la vida, por donde se mira, está compuesta de matices.

Querer imponer al universo nuestra primitiva mentalidad binaria no deja de ser un acto de arrogancia y estupidez.”

Walter Riso.

viernes, 10 de junio de 2011

Poder llamar a la Vida.




«…derramaré mi Espíritu sobre toda carne…» Hechos 2,1-21

Una de las cosas que procura el ingreso de Dios a la historia humana, es la unidad. Se trata de un logro complicado para la condición humana, y hay algo particular en esta complicación, se trata de que fácilmente se puede confundir la unidad con la homogenización. La unión habla de reunir a dos o más, pero cada uno sigue conservando su singularidad; mientras que la homogenización iguala caracteres, y se vuelve una mezcla o composición de una estructura uniforme. Se puede seguir trabajando estas diferencias, por ejemplo la unión nos lleva al sentido de alianza, pacto, acuerdo (que no es la ‘negociación especulad ora’ -a la que estamos acostumbrados/as- sino a la comprensión de lo saludable que puede surgir como efecto de la misma); y la homogeneidad nos lleva a lo masivo, despersonalizado, impropio, alienado, a un comportamiento fiel a una bandera, a un líder, a un modelo. Por supuesto en la unidad habrá un encuentro de distintos pensamientos, de formas de ver, de maneras de comprender, se podrá disentir, opinar de varias formas, pero en definitiva todo contribuirá al fortalecimiento de aquello que los une: el respeto por la singularidad del otro. Por el lado de la homogenización no hay posibilidad de voces diferentes, se procurará ‘normalizar’ todo, logrando un silencio de lo particular para hacer resonar la voz general, aquella voz que habla ‘por’ lo particular, en definitiva haciendo lo posible para evitar la singularidad. Cuando llega el Espíritu en Pentecostés, esta forma tan libre que toma Dios de ingresar a nuestras historias, será expresión de unidad en nuestra convivencia, y no de homogenización.

El texto no dice que todos hablaron el mismo idioma, sino que cada uno hablaba en su idioma, y aun así se comprendían. Aquí no hay una aniquilación de la singularidad, sino un avivamiento de la misma, dado que ‘…comenzaron a hablar…’ (Hch 2,4). Recordemos que en la torre de Babel (modelo de homogenización llevado adelante), la acción de Dios ‘confundió’ a todos los que hablaban el mismo idioma y que estaban de acuerdo entre sí, eso más la singularidad preservada y valorada en Pentecostés, nos dan indicios de que la expresión de Dios en la convivencia humana pretende salvaguardar la singularidad, lo propio que guarda cada ser humano. Esto único y singular pude ser borrado por la falta de expresión, por silenciarse y/o ser silenciado.

El Espíritu de Dios se expresa en cada oportunidad que se puede expresar aquello que se silenció o que fue silenciado, aquello que no se le permitió ser, aquello que fue fagocitado en la homogenización. Cuando alguien logra expresarse por sí mismo, a pesar de lo impedimentos que las fuerzas de homogenización intenten imponer, allí vemos la acción del Espíritu de Dios. Esa expresión que dice: ‘todo el que invoque el nombre del Señor, será salvo’, puede estar refiriéndose a la posibilidad de que alguien que no podía ‘invocar’ pueda hacerlo, y es algo que nos lleva mucho más allá de lo religioso: el nombre del Señor es Vida, Salud, Libertad. Invocar es algo más íntimo que convocar, es traer a nuestro propio tiempo y espacio eso que se invoca, y si alguien puede invocar vida, salud y libertad, será salvo. Lo interesante es que para llegar a invocar este nombre del Señor, hace falta un proceso, mayormente un proceso de ir sacando la influencia de las fuerzas homogeneizadoras, y para ello solos y aislados no podemos hacerlo, necesitamos de otro. Ese otro, varón o mujer, necesariamente tiene que ser otro, y no algo homogéneo que se confunde con lo demás, tiene que ser singular, particular, con voz propia, y no con una voz repitente de lo que otra persona o grupo dice.

Solo invocando el nombre del Señor, solo permitiéndome surgir en la vida-salud-libertad, podré dejar de repetir lo que otros/as quisieron que repita, solo desde ese lugar podrán surgir las visiones, los sueños y profecías, el día ya no será como nos dijeron que era, sino que podremos verlo desde nuestra propia subjetividad. Por esto es tan importante trabajar por la unidad, preservando la singularidad, salvaguardando la identidad propia y única de cada uno/a, para que sea un ‘otro’. A partir de esto tenemos el desafío de replantearnos la dirección del arrepentimiento y del perdón: arrepentirnos no para homogeneizarnos, sino para invoca r la vida-salud-libertad; perdonar no a cambio de doblegar otras voluntades, sino para proteger la subjetividad del otro. Es en ese espacio que surgirán las visiones, sueños y profecías.

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