“Ver el mundo en blanco y negro nos aleja de la moderación y de la paz interior porque la vida, por donde se mira, está compuesta de matices.

Querer imponer al universo nuestra primitiva mentalidad binaria no deja de ser un acto de arrogancia y estupidez.”

Walter Riso.

jueves, 20 de octubre de 2011

MATRIMONIO HISTORIA.


La mayoría de las personas piensa que la institución del matrimonio tal como la conocemos en el día de hoy fue establecida y ordenada por Dios en la Biblia y que por lo tanto se trata de una institución históricamente sagrada al igual que la familia.
Sin embargo la   historia del matrimonio  pone de manifiesto que  no  tiene raíces ni sagradas ni religiosas. 
La raíz de la palabra matrimonio no proviene de los  Hebreos  sino de la Roma antigua  donde  comenzó a utilizarse por primera vez el término del  Latín maritare que  significaba “casarse” o “dar en casamiento”. En aquellos tiempos cuando una mujer se casaba era entregada por su padre o por su guardián legal a la custodia legal del maritus o esposo, un término éste que revela el  origen pagano de la palabra matrimonio que proviene del dios Marte  patrono de la masculinidad.

Habida cuenta de que el término matrimonio no proviene de la cultura hebrea ni de los textos de sus Escrituras  conocidas por los cristianos como Antiguo Testamento, resultará pertinente  formularnos la pregunta acerca de cómo los hebreos interpretaban las uniones matrimoniales y si éstas tenían un carácter sagrado o religioso que pudiera remontarse a los principios de la historia del pueblo de Israel.

Algunos académicos especializados en  historia bíblica  han tratado de extrapolar la idea de matrimonio como pacto entre esposos y una ética del matrimonio a partir de la narrativa  de la creación que encontramos en el libro de Génesis capítulos 1 y 2 mientras que  otros estudiosos especialmente en las últimas décadas entienden que el relato de la creación de los primeros humanos no nos proporciona una “ética de la creación” sino que más bien constituye un relato etiológico que sirvió para explicar como las cosas llegaron  a ser como son y como surgió la vida en la tierra y especialmente los seres humanos. 

Mientras que el “hombre”  en singular tal como aparece en la Escritura  simplemente representa a los varones en general, el texto no pretende  establecer  una ética sexual o una ética del matrimonio monogámico, permanente y  heterosexual fundamentado  a través de un pacto mutuo entre los esposos.  Si la historia intentare establecer una ética sexual absoluta, eterna y universal,  luego todos los seres humanos serían también obligados a casarse, procrear, ser vegetarianos, nudistas y observar rigurosamente el Shabat Judío, elementos que  también presentes en el texto de Génesis.  

Las Escrituras   Hebreas no  presentan al matrimonio como un pacto pero sí como una transferencia de la propiedad sexual que pasa del padre o tutor al esposo. Para referirse al casamiento el texto bíblico emplea  un vocabulario diverso que incluye expresiones como “tomar por esposa” (laqach), “dar por esposa” (natan), etc. y que generalmente se traducen por “tomar en matrimonio” dando al lector moderno la falsa impresión de una boda  celebrada entre una pareja de iguales que sella el pacto matrimonial  intercambiando votos mientras que en realidad el matrimonio  Bíblico consistía básicamente en transferir la propiedad sexual (una hija virgen) del padre al esposo involucrando comúnmente el pago de un precio nupcial (mohar) que el esposo o su familia entregaba  al padre de la virgen. 

En este contexto el adulterio no se comprendía como la ruptura de una promesa hecha a la esposa (infidelidad) sino como una ofensa a la propiedad del esposo de la mujer de la misma manera que el sexo pre-marital constituía una ofensa contra la propiedad del padre de la virgen cuyo “valor monetario” quedaría diezmado.

La gravedad del adulterio residía en el hecho de que la continuidad de la familia dependía enteramente de la adquisición de herederos legítimos, pues si la esposa tenía relaciones con un tercero, ponía en peligro la legitimidad de los herederos del marido.  El estado marital del varón que cometía adulterio era irrelevante porque  no se trataba de una violación de  un compromiso  de fidelidad como lo entendemos en la actualidad sino de la usurpación de los derechos de propiedad que  otro varón tenía sobre su esposa.  

En lo que respecta a la celebración de la boda no existía ninguna clase  de ritual religioso sino que comúnmente se realizaba una fiesta en la casa familiar donde los desposados se presentaban públicamente como sucedió en la tan conocida boda de Caná registrada en el evangelio de San Juan donde Jesús realiza su primer milagro transformando el agua en vino.

Algo diferente ocurría en  Roma donde las personas  tenían la opción de casarse con rituales religiosos paganos sofisticados y costosos aunque los mismos quedaban normalmente reservados para los ciudadanos más adinerados pues no se trataba de una costumbre obligatoria.  Para la mayoría de las personas los casamientos también se realizaban en el hogar con una fiesta familiar donde la pareja daba su consentimiento delante de muchos testigos. En Roma  sin embargo solía  realizarse   un contrato escrito donde se especificaban aspectos relativos a la propiedad y  a la dote de modo que todos los asuntos legales que giraban alrededor del matrimonio tenían como base ese contrato.

De acuerdo la investigación del historiador cristiano John Boswell (Same Sex Unions in Pre-Modern Europe), también existieron uniones formales entre ciudadanos  romanos  del mismo sexo aunque en los  sectores más  conservadores estas uniones eran vistas con cierto desprecio y sorna. Aún así durante varios siglos se practicaron  uniones entre personas del mismo sexo hasta que finalmente  fueron  declaradas ilegales por el emperador Constancio II en el año 342 DC reflejando la creciente influencia del cristianismo.

A partir de la conversión de Constantino I el Imperio Romano adopta como religión de estado al cristianismo y la iglesia de Roma se hace cargo de la gran  maquinaria religiosa.  Júpiter y su sacerdote terrenal fueron reemplazados por Jesús y su representante, es decir  el Papa que era el  obispo de Roma. 

De este modo, gran parte de la ley romana y su correspondiente burocracia fue delegada al poder de la  nueva religión. Pero la religión de estado cristiana fue menos tolerante que la religión de estado pagana.  La autoridad que ostentaba el maritus  sobre la familia comenzó a desvanecerse para dar lugar a la autoridad de la iglesia sobre todos sus miembros, junto  con todos sus códigos morales, muchos de ellos heredados del estoicismo y neoplatonismo griego   ajenos a la raíz hebrea. 

Rompiendo con los lazos judíos, los primeros teólogos rechazaron la poligamia y adoptaron la monogamia como regla absoluta. Al mismo tiempo  comenzaron a oponerse a ciertas prácticas sexuales consideradas paganas como la homosexualidad, la posesión de  concubinas, o la permisividad del sexo con esclavos.

 Al principio la iglesia primitiva permitió el divorcio en caso de adulterio, pero más tarde  se estableció que el término de un matrimonio lo daba  la muerte o una dispensación especial de la iglesia.  

 Sin embargo en el aspecto civil el matrimonio cristiano siguió el mismo esquema del matrimonio de los tiempos paganos. 

De acuerdo al historiador David G. Hunter, los primeros obispos  requerían  que los matrimonios fueran aprobados por las iglesias, aunque las bodas seguían siendo realizadas en los hogares con la correspondiente fiesta.  La dote se establecía por medio de un contrato que a la vieja costumbre romana  era leído y firmado ante testigos.  Recién en los tiempos de la Edad Media temprana  se comienza a establecer el concepto netamente católico  de matrimonio con característica legal y status sagrado.  

En esos tiempos la iglesia ya había comenzado a poner  menos énfasis en las Escrituras   proclamando  dogmas propios  bajo la forma de edictos papales.  Esta tendencia cobró mayor fuerza en el siglo IX cuando Carlomagno asumió el título de Santo Emperador Romano tras reunificar la mayor parte de la Europa occidental con la bendición papal. Para el siglo XII la Iglesia ya había arrancado definitivamente la ceremonia matrimonial del ámbito del hogar para llevarla a la esfera de templo y en el Siglo XIII el matrimonio llegó a constituir uno de los siete sacramentos, de tal modo que solamente podía ser dispensado por un sacerdote.  No obstante, la costumbre de realizar un contrato de consentimiento continuó vigente.

Con el tiempo y también durante la edad media, el comienzo del feudalismo y del disenso religioso fue forzando a los estados europeos a reconocer la necesidad de un matrimonio civil de modo que en el siglo XV  los sacerdotes oficiantes del matrimonio religioso comenzaron a  representar a la autoridad civil, aunque por esos tiempos iglesia y estado eran prácticamente  una misma cosa.  La autoridad  civil (Santo Imperio o municipios) ejecutaban la justicia que era dictada por la Iglesia.  Alrededor del siglo XVI la Iglesia Católica se había vuelto muy cruel y corrupta torturando y asesinando a miles de personas por medio de la Inquisición. 

Tanto ricos como pobres sufrieron las atrocidades de una mano dura religiosa que interfería en los asuntos privados de la gente particularmente en lo que respecta al sexo y la familia.

Cuando en ese mismo siglo explota la Reforma Protestante, sus líderes declaran nuevamente las Escrituras como única fuente de autoridad.  Martín Lutero señaló que el carácter sacramental del matrimonio no tenía fundamento bíblico sosteniendo  que las tradiciones que reclaman tal carácter eran poco serias.  

Poco después en  el Concilio de Trento celebrado en 1563 la  Iglesia Católico romana reacciona furiosamente decretando que un matrimonio no podía ser válido si no era oficiado por un sacerdote católico.

Pero el protestantismo trajo aparejada la secularización del matrimonio que solamente tendría valor legal cuando era validado por la autoridad civil obviamente  en los países que adoptaron la teología de la Reforma. En Inglaterra la naciente iglesia Anglicana mantuvo los sacramentos católicos y en su área de influencia llegó a imponer el casamiento religioso obligatorio. En el resto de la Europa donde la Iglesia Católica era religión de estado,  los matrimonios se realizaban siguiendo la disposición del Concilio de Trento. 

Un drástico giro  comenzó a producirse con el fuerte anticlericalismo que trajo la Revolución Francesa a fines del siglo XVIII  que reinventaría nuevamente los conceptos de familia y matrimonio y al igual que en la antigua Roma, el matrimonio sería redefinido como un contrato civil, al punto que la revolución  llegó a  prohibir  a la iglesia  oficiar matrimonios.  Las parejas que deseaban casarse debían recurrir a la autoridad civil local donde un representante del gobierno los casaba y dejaba registrada la unión.  También se legalizó el divorcio.  La influencia  de la Revolución Francesa en Europa fue muy grande y en poco tiempo muchos estados comenzaron a introducir el matrimonio civil como única forma de reconocimiento legal.


En el día de hoy los católicos y evangélicos conservadores  pasando por alto siglos de  historia, se aferran al supuesto  carácter sagrado y absoluto del matrimonio con el propósito de negar este derecho  a las personas LGBT.

El matrimonio como tantas otras instituciones  fue creado como respuesta a necesidades específicas  y es  en esencia un  medio al servicio del ser humano.  Desde los comienzos, la mayoría de las sociedades necesitó de un medio ambiente confiable para asegurar la perpetuación de la especie, un sistema de reglas para reconocer los derechos de la propiedad sexual y la protección de la línea de sangre.  La institución del matrimonio cubrió todas esas necesidades pero no fue una entidad estática sino que con el devenir de los tiempos se fue adaptando a los requerimientos y dinámica de cada sociedad cambiando cuando era necesario  al compás de las nuevas realidades y del progreso del conocimiento.

En las últimas décadas la homosexualidad viene dejando de ser un aspecto  reprobable tanto desde lo social como de lo religioso,  circunscrita al ámbito privado –conocido como armario-  para ir  siendo poco a poco  reconocida y aceptada como una característica  natural de la persona humana. Como consecuencia los  homosexuales comienzan a  reclamar  los derechos que tienen las  demás  personas y entre ellos la posibilidad de unirse en matrimonio con los mismos derechos y obligaciones que corresponden al matrimonio heterosexual. 

Se trata de una nueva realidad  que encuentra particular oposición  en sectores religiosos y conservadores de la sociedad que perciben  una amenaza de pérdida de sus referencias fundamentales y certezas absolutas  que se manifiesta por el miedo al cambio. Pero esta clase de oposición no es nueva, ha sucedido una y otra vez a lo largo de la historia cada vez que se intentó cuestionar alguna premisa supuestamente   absoluta o sagrada.

Afortunadamente la sociedad occidental parece transitar una dirección para  la cual no existe retorno, y aunque  las voces conservadoras seguramente no van a ceder sino que   continuarán  su oposición por un buen tiempo, los logros alcanzados demuestran que la sociedad está cambiando y que el matrimonio homosexual no destruirá los valores tradicionales de la familia sino que posiblemente podrá contribuir a reforzarlos.  

En estos  tiempos en que el matrimonio heterosexual experimenta una profunda crisis que   quizá le demande ciertos replanteos, el hecho de que haya personas que luchan  para casarse y constituir familias,  es una señal positiva que debe ser apreciada  por encima de todo prejuicio.






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Religión, Homosexualidad y Activismo

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